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Los últimos días de Jim Morrison



El 3 de julio se cumplieron 40 años de la muerte de James Douglas Morrison, el líder de la banda The Doors, el hombre que cabalgó a la serpiente y que cambió la historia del rock. Nuestro corresponsal en París, el escritor Ricardo Abdahllah, revisa los últimos cuatro meses de vida del cantante, quien había escapado a la capital francesa para evitar la cárcel en Estados Unidos. En la ‘Ciudad Luz’, Jim intentaba escribir y vivir otra etapa con su novia Pamela Courson. La cantante ‘Zouzou’ –ex novia del Rolling Stone Brian Jones–, el músico Philip Steele y el autor del libro ‘The End, Jim Morrison’, Sam Bernett, entre otras fuentes cercanas al compositor, recuperaron en exclusiva para Revista GENTE Colombia, sus últimas semanas. Un relato de licor, heroína y bolsas de hielo. (Artículo publicado en nuestra edición de Junio)



                                                          Por Ricardo Abdahllah / Especial para GENTE / París



El 11 de marzo de 1971 Jim Morrison entró a una habitación del Hotel George V, en París, esperando encontrar a su novia, Pamela Susan Courson –su pareja desde hacía cinco años–, pero ella no estaba. La culpa era de él por haber llegado después de la fecha señalada. El día anterior, entre botellas, el cantante de The End había perdido el vuelo que lo sacaría de Estados Unidos, país del que debía escapar de inmediato ante la condena en su contra por obscenidad, lío que lo podría llevar a prisión. Jim decidió huir hacia la capital francesa donde contaba con el apoyo de Alain Ronay, un viejo compañero de universidad, y porque en esa ciudad, alejado de su vida de estrella de rock, se podría dedicar a la escritura, un sueño que tenía desde la adolescencia cuando buscaba libros sobre alquimia en las bibliotecas de Florida. Morrison cerró la puerta de la habitación vacía. Al rato se reuniría con Pamela. 113 días después estaría muerto.
“París no era la fiesta eterna de Londres”, le dice a GENTE la cantante francesa Danièle ‘Zouzou’ Ciarle, quien en 1968 vivía en la capital inglesa con Brian Jones –uno de los miembros fundadores de los Rolling Stones–, y conoció a Morrison luego de una presentación de The Doors en el mítico Roundhouse. “Era el hombre más sexy que te puedas imaginar. En el escenario se movía como una pantera y cuando te hablaba de cerca sus ojos tenían una enorme ternura”. No volvería a verse con Morrison en tierras británicas, pero tres años después, a comienzos de abril de 1971, ‘Zouzou’ reconoció esa ternura en el hombre sentado a su lado en el parisino Café de Flore, en el Boulevard Saint-Germain. Era Jim, aunque cambiado. “Sus ojos se perdían entre unas mejillas enormes que se prolongaban en una papada que no le dejaba ver el cuello”. Mientras tomaba notas, el hombre despachaba jarras de cerveza y encendía cada cigarrillo con la colilla del anterior. “¿Nos conocemos, no? –le dijo al final–. Tú eres ‘Zouzou’, la amiga de Brian (Jones había muerto en 1969, a los 27 años)”. Desde ese día se verían dos o tres tardes por semana. “Hablábamos de todo y de nada. De sus caminatas junto al Sena y de los libros usados que había comprado y cargaba en una bolsa del almacén La Samaritaine”.


Un ex combatiente de Vietnam

Jim Morrison y Pamela dejaron el hotel y se mudaron a una habitación en el apartamento de una amiga, Elizabeth Larivière. Lo que se sabe de esos días en el cuarto piso del 17 Rue Beautraillis, viene de las temporadas en las que la anfitriona estaba en casa. Con el fondo de un pianista que practicaba en el vecindario, Jim escribía sobre una mesita que podía mover a lo largo del salón o llenaba cuadernos en la cocina. Las tardes eran para las caminatas que luego del Café de Flore continuaban en otro de los bares de Saint Germain. Incapaz de hablar en francés, Morrison buscaba siempre a los americanos.
“Tomábamos una cerveza después de una presentación –le recuerda a GENTE el músico Philip Steele–, y entonces se acerca este tipo con una chaqueta militar que pregunta si somos americanos. Creí que era alguno de esos loquitos que había combatido en Vietnam y que luego terminaban de indigentes en Europa. Me tomó diez minutos darme cuenta de quién era”. Steele pidió un par de cervezas. Morrison una docena de vasos de whisky y propuso seguir la noche. Fueron a buscar a Pam donde una amiga. “Una fotógrafa”, dice Steele. “Ambas estaban dormidas en la misma cama. La chica dijo que podíamos tomar algo mientras Pamela se vestía. Había uno de esos carritos-bar”. Para el cantante era normal ir a recoger a su novia a las casas de las personas con las que ella pasaba la noche. En el apartamento de la fotógrafa Jim se acabó la provisión etílica a pico de botella, pero, y en eso insiste también ‘Zouzou’, “la mayor parte del tiempo estaba tranquilo. Se movía despacio y podía hablar durante horas de los autores románticos o de películas que él había visto y los cinéfilos franceses apenas habían oído nombrar”.
Dicen que no extrañaba Los Ángeles. Que tampoco echaba de menos a los Doors. “Quería grabar poesía”, cuenta Steele. Ambos comenzaron a imaginar un proyecto en que él y su grupo harían la música de fondo para Morrison. El proyecto de grabar poemas no se concretaría. Ni hablar de un posible nuevo álbum. En esa época a Jim le costaba cantar. “Una vez estábamos en el Astroquet y nos pidió que tocáramos Crawlin King Snake. Morrison tosió al final de cada frase. No le quedaba voz”.


Sangre, cine y heroína

La salud del cantante no era la mejor. Pamela, luego de verlo escupir sangre, lo llevó por primera vez al Hospital Americano de Neuilly. El médico dijo que el aire del Sur le haría bien. La pareja se fue una temporada a Marruecos. A su regreso, Jim estuvo menos solitario en el Café de Flore. Los amigos de Pam pasaban a saludarlo ofreciéndose para comprar la heroína a la que su novia se había enganchado. Morrison, que la consumía, pero nunca inyectada porque le tenía pánico a las agujas, sacaba un fajo de billetes de dólares y francos amarrados con un caucho y dejaba que ellos contaran. No se sentía cómodo entre esa burguesía trendy y junkie que Pam frecuentaba, pero no le llevaba la contraria.
A Morrison no se le notaba muy interesado por la música, pero sí por el cine. Pasaba las tardes en las salas cerca de la Sorbona y visitaba varias veces por semana a la realizadora y documentalista Agnès Varda (hoy llamada la “abuela de la Nouvelle Vague”), quien le daba alojamiento al amigo de Jim, Alain Ronay. La directora de Cleo de 5 a 7, escribía algunos diálogos para un proyecto de Bernardo Bertolucci que contaba la historia de un americano alcohólico y deprimido que erraba por París tras la muerte de su esposa. Morrison era en parte la inspiración del relato y según Steele, habría querido protagonizar la película. Pero eso no pasó y Jim quedó profundamente afectado.


Los platos rotos

El 14 de junio, Morrison, borracho, les pidió a dos músicos callejeros que lo acompañaran a un estudio donde grabó una sesión de poesía y una versión de Orange County Suite, toda una declaración de amor a Pamela. La existencia de esa grabación no se conoció hasta meses después –el tema fue incluido en la versión especial del álbum L.A. Woman, relanzado en marzo del 2007–. Jim no les habló de ella a sus amigos ni a la gente que se encontró durante las noches siguientes en el Rock n’ Roll Circus, el bar de moda en la época en la que llegó a París y del que se fue volviendo un cliente habitual. El Circus, que era el sitio donde pasaban los músicos británicos después de sus conciertos parisinos y en donde el ácido circulaba tan fácil como los discos de Led Zeppelin, tenía una tarima donde siempre estaban disponibles instrumentos para el que quisiera tocarlos. Morrison prefería una esquina de la barra. Sam Bernett, que en esa época administraba el bar y quien es autor del libro The End, Jim Morrison, le dice a GENTE que el cantante era solitario y más bien calmado. “Al menos casi siempre, porque una vez le dio por romper los platos en el restaurante del bar y tocó llamar a la gente de seguridad para sacarlo”.
Ni su amigo Gilles Yéprémian, quien encontró a Jim sentado en la puerta tratando de que lo dejaran entrar, ni la directora Varda, ni su compañero de universidad, Alain Ronay; ni el músico Philip Steele, que prepara una película sobre la vida de Morrison en París, dan crédito a la versión de Bernett sobre lo que ocurrió en la noche entre el 2 y el 3 de julio, luego de que Ronay lo dejara en la mesa de un café antes de entrar a la estación de metro de la Bastilla. Habían caminado toda la tarde, Jim tenía un ataque de hipo y dificultad para respirar, se fatigaba tanto que tuvo que sentarse a descansar varias veces.


La última película

Según Bernett, que acaba de sacar su segundo libro sobre el tema, una de las empleadas del Circus le avisó que alguien se había encerrado en un baño. “Cuando forzamos la puerta vi sus botas. Yo sabía que estaba muerto, pero hice venir a un cliente que era médico para que lo examinara. Jim había llegado como a la 1, se notaba que esperaba a alguien y al fin llegaron dos ‘jíbaros’. Hicieron algún negocio. Cuando íbamos a llamar a la policía, ellos dijeron que Jim estaba vivo y que lo llevarían a su apartamento”.
Bernett dice que tiene varios testigos que sustentan su afirmación. El mejor argumento a su favor es que las únicas personas que podrían corroborar que Jim Morrison se metió solito en su bañera y no que alguien lo llevó hasta allí en la madrugada eran su novia Pamela y el conde de Breteuil (ambos fallecidos), quien había sido su amante durante varios años y gracias a sus contactos diplomáticos le conseguía a ella la ‘White china’, la mejor heroína que circulaba en París.
“Uno no podía meterse más que lo que le cabe en la punta de una uña, pero los americanos creían que se podían chutar como si fuera la basura que les vendían en Los Angeles”, recuerda la cantante ‘Zouzou’.
Cuando el 3 de julio de 1971 el comandante de bomberos, Alain Raisson, que se pensionaría como jefe del grupo de emergencias del Louvre, descolgó el teléfono y escuchó que le hablaban en inglés, se imaginó qué tipo de noticia le esperaba. Pamela abrió vestida con un djellabah (una bata marroquí) empapado. El agua de la bañera aún estaba tibia. Los bomberos aplicaron las medidas de reanimación solamente porque era el protocolo.
Pamela contó varias versiones en las semanas siguientes. La última conversación habría sido a eso de las 2 de la mañana. Jim estaba en la bañera, ella en la cama. Lo escuchó toser. “¿Todo bien?”, preguntó. “Sí, sí”, contestó Jim, quien había vomitado. Antes de eso, él había puesto algunas películas de los dos en Marruecos. Primeramente, habían ido a comer a un restaurante chino. Antes de la cena prefirieron ir al cine a ver Pursued en un teatro cerca de la estación de metro Le Péletier. Jim había aspirado algo de heroína, lo había hecho de vez en cuando en la última semana.


Las bolsas de hielo

“Esa imagen de parejita feliz viendo películas en la casa no me cuadra. Él inhaló heroína, pero en el Circus. Yo mismo le limpié la baba que le escurría por la barba cuando lo sacamos del baño”, afirma Bernett.
En las fotos que Ronay les tomó cuatro días antes, Pam y Jim parecen, sin embargo, una pareja feliz. Frente al hotel de l’Oise en Saint-Leu-d’Esserent, ambos sonríen y se abrazan, como en las épocas tranquilas de Venice Beach (Los Ángeles). Pam viste de negro y lleva una flor roja en su mano. Jim Morrison, parece más flaco y se ve impecablemente afeitado (la imagen contradice lo que dice Bernett sobre su barba).
Alain Ronay sólo habló una vez del asunto, en un artículo para la revista italiana King. En este contó que el día anterior a su muerte, él y Jim caminaron por la colina de Montmartre y que desde allí, a lo lejos, en medio del verano parisino, vieron el cementerio del Père Lachaise, una imagen que nunca olvidaría. Poco después Morrison sería enterrado ahí. Pamela insistía en dormir al lado del cuerpo de Morrison, conservado por las bolsas de hielo que, por recomendación de la policía, un hombre llevaba a domicilio. La causa oficial de la muerte fue un paro cardíaco.
“Tal vez inhaló heroína creyendo que era cocaína. Eso, más alcohol y un baño de agua caliente es colapso, pero si alguien lo hubiera visto habrían podido salvarlo. En mi casa lo que hacíamos en cada sobredosis era agarrar a la víctima a golpes con una toalla mojada mientras alguien le hacía masaje cardíaco”, dice ‘Zouzou’. Uno de sus amigos, un dealer que moriría de sobredosis como Pamela (quien falleció el 25 de abril de 1974; a los 27 años, como Jim, como Brian Jones, como Janis Joplin y Jimi Hendrix), se preguntaría durante las siguientes semanas si no había sido su mercancía la que mató a Morrison. “No”, le dijo ella, “de lo que andabas vendiendo metimos todos”.
Jim Morrison fue enterrado el 7 de julio de 1971 a las ocho y media de la mañana. “Mi esposo era escritor, pero sobre todo vivía de su fortuna personal”, puede leerse en la declaración que Pamela hizo a la policía.

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